viernes, 1 de enero de 2016

Cuento desde el Collado Nevado

Los

Juan J. López | @JJLopez_

David gritó. —¡Parad! Creo que me he roto algo, apenas puedo apoyar el pié—. Rodrigo, acostumbrado a liderar el grupo y desde la primeras posiciones de la expedición, desde las que podía contemplar la cumbre pese a la incipiente niebla, dio la vuelta y volvió sobre sus pasos para observar el magullado pie de su compañero.

En ese mismo momento, un sonido extraño sobresaltó a los jóvenes. Manu llegó corriendo, mientras hacía aspavientos con los brazos, al tiempo que señalaba una hilera de huellas que se perdían detrás de unos brezos, típicos de la zona.

Huellas de oso en la Montaña Palentina. / PNTA MONTAÑA PALENTINA Los tres amigos habían decidido pasar el día de Año Nuevo en la Montaña Palentina. —¡No hay mejor forma de bajar la cena de anoche! —había repetido hasta la saciedad Rodrigo. Hacía meses que 'la compañía', como les gustaba autoproclamarse, trataba de juntarse para dar rienda suelta a su pasión por la naturaleza y el deporte. —No hay más días, es o en Año Nuevo o esperar al menos otro mes —había advertido David, quizá el más osado de los tres.

Las malas predicciones meteorológicas no habían intimidado a los tres amigos, y ahora, cuatro horas después de empezar la 'aventura', vagaban sin más rumbo que una cumbre a la que señalaba la flecha del GPS y la mirada de seis pares de ojos, que comenzaban a llorar fruto del intenso frío y el efecto de la niebla.

El ruido volvió a sobresaltarles. En la cabeza de los tres emanaron esas imágenes de recortes de periódicos con las esporádicas apariciones del oso pardo, el auténtico rey de Fuentes Carrionas, o el aumento de la población del lobo. —¿Puedes apoyar? —le preguntó Rodrigo a David. —Sí, pero no puedo correr —contestó en el momento en el que Manuel recogió la mochila de su amigo y empezó a desandar el camino que les había llevado a penas a 500 metros de la cumbre.

Ninguno reprendió la decisión. El camino de vuelta se hizo interminable. No habían completado ni dos kilómetros de marcha, cuando David dijo basta. —Lo tengo muy hinchado, —indicó con gesto serio. —Hay que avisar y buscar un sitio donde refugiarnos —le interrumpió Rodrigo, quien había leído en decenas de ocasiones cómo actuar en situaciones similares.

El montañero trató de llamar al número de emergencias. —¿Tenéis cobertura? No tengo ni una raya —continuó, al tiempo que Manuel sacó su móvil. —Nada —contestó. En ese momento, Rodrigo recordó la aplicación que había descargado para su teléfono. 'La aplicación que te puede salvar la vida', rezaba el breve texto de descripción. —En teoría, te localizan por coordenadas... —señaló Rodri. —Entonces, es mejor que busquemos un sitio para resguardarnos —observó Manu tras levantar la cabeza y ver como la niebla era cada vez más espesa.

En ese momento, David se olvidó por un momento del dolor y recordó que en apenas a un kilómetro había visto una estructura derruida. —Creo que el refugio del Club Espigüete está cerca, al menos lo que queda de él —comentó en relación a la avalancha que se llevó por delante la edificación el invierno pasado.

Restos del refugio del CM Eespigüete en la Montaña Palentina. / FDMESCYL —Me parece buena idea. Una vez lleguemos, trataré de utilizar la aplicación y a ver qué pasa —añadió de inmediato Rodrigo, quien recogió la mochila de David y ayudó a su amigo a ponerse de pie junto con Manu. Entre ambos llevaron a su compañero durante una tortuosa travesía hasta los restos del refugio. Una vez allí, y visiblemente agotados, Rodri pulsó el botón rojo de la aplicación y esperó, y esperó... Mientras Manu, quien había recostado a David junto a un árbol, recogía restos de tablones y piedras grandes con las que construir una empalizada que les cobijase del frío.

Poco después, los tres se reguarnecieron en el improvisado habitáculo, que pese a su endeblez, ayudaba a elevar al menos un par de grados la temperatura. —¡Feliz Año chicos! —les espetó David a sus dos compañeros mientras extraía tres chocolatinas de uno de los bolsillos de su mochila. Ni rastro del lechazo, de las gambas… pero los tres respondieron con una sonrisa.

Una hora más tarde, de entre la niebla y ya sin apenas luz, un destello deslumbró a David, Rodrigo y Manuel. —Habéis tenido suerte chicos, todavía llegáis a cenar, —afirmó una de las tres sombras. No eran los fantasmas del Cuento de Navidad de Charles Dickens, pero desde luego, gracias al Grupo de Salvamento, los tres protagonistas de esta historia no solo tuvieron unas navidades pasadas y presentes, si no también futuras.



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